
No se conoce a un buen marino
en un velero bajo el sol,
sino
cuando la tormenta arrecia.
No se distingue a un caballero
en la corte de un palacio,
ni por su vestidura
sino
un minuto antes del naufragio.
No se adivina el amor profundo
en una isla del caribe
sino
en el agudo dolor de la adversidad.
La amistad,
se pone a prueba en la lluvia
y con gotas desparejas;
la lógica teoría,
que demuestra el todo
encadenando postulados de manual
se mide sólo con la implacable realidad,
la valentía,
no se gradúa con amenazas
ni se esgrime con discursos,
se ve solo a un metro del abismo.
Cuando el tiempo se angosta
y se aprietan los sucesos,
ya no valen los certificados,
ni las firmas,
ni los sellos por triplicado:
solo cuenta el último segundo
donde los supuestos
erigen monumentos
o caen condenados
al infierno del olvido.
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