No es el cabello
blanco,
una impronta
inequívoca de los años
ni las arrugas,
un libro de
historia a cielo abierto
que muestra
sucesos transcurridos.
No es la vista
perdida en huecos del pensamiento
lo que dibuja la
melancolía de las horas,
ni la fatiga de
los huesos, quien ordena por decreto
un andar
apesadumbrado y lento.
Es el espejo
retrovisor, que instala el ánimo
como forma de
ver la vida en blanco y negro,
es la actitud de
vivir releyendo el pasado
como recurrente
treta de caminar hacia atrás,
actuando una
vista hacia adelante.
Es la falta de
sueños sin la noche,
haber perdido
los proyectos a manos del para qué,
o pensar que ya
es demasiado tarde
para esbozar un
boceto de esperanza.
Es pensar que ya
está todo dicho.
Es pensar que ya
está todo escrito.
Es pensar que ya
está, y que el final
es un abismo.
Eso,
sólo eso, es lo
que nos convierte en viejos.
Hay algo peor
que morirse en vida,
y es envejecer
con la juventud en los bolsillos.
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